Todo ocurre por algo. Cuatro palabras que en apariencia dicen poco, pero que sólo los que las padecen saben que esconden un enigma poderoso. Un misterio que nos mueve de la desesperación absoluta hasta la serenidad aparente cuando logramos comprender que incluso lo presumiblemente más aleatorio responde a una ley tan simple como inequívoca: toda causa tiene su efecto y todo efecto proviene de una causa. Corren tiempos complejos, en los que si algo brilla por su ausencia son las certezas y, por el contrario, nadamos entre ríos de inseguridades y la inestabilidad se apodera de nuestro quehacer cotidiano en el plano profesional y personal. Lo que antes sirvió, hoy se traduce en esfuerzo inútil, mientras surgen nuevos retos que solventar a diario. Sin embargo hay lugar para la esperanza, espacio para la creación y determinación por cambiar las normas. Sólo es cuestión de volver a las cuatro palabras del principio: «Todo ocurre por algo». Pero… ¿por qué?
En la vida de todo emprendedor -y de todo ser humano- se puede contemplar un patrón casi universal que se corresponde con el devenir de sus días, haciéndole atravesar fases de caos y rendición seguidas por otras de euforia máxima. Sin embargo, como suele ocurrir en casi todas las facetas de la vida humana, el secreto está en saber dominar un impulso que a veces es más derrotista que halagüeño y situarse en el punto medio de la balanza, de tal forma que ni las malas noticias sean sinónimo de hundimiento, ni las buenas lo sean de borrachera. Todo ocurre por algo. Y conforme pase el tiempo y miremos atrás iremos encajando cada uno de los puntos hasta que seamos capaces de comprender que el todo siempre es mayor que la suma de las partes. Que la vida, a veces, nos pone a prueba para comprobar si somos dignos merecedores del gran éxito cuando llegue el momento oportuno, aunque mientras llegue ese momento nos tiente demasiado preferir el pájaro en mano que los ciento volando. Pero la paciencia sigue y seguirá siendo una de las mayores virtudes de todo ser humano. Una paciencia que habrá de valernos como guía durante la dolorosa y oscura travesía del desierto que sin lugar a dudas todos habremos de pasar alguna vez en nuestra vida emprendedora. Porque sin frío, no sabríamos qué es el calor, de la misma manera que sin dificultades, jamás llegaríamos a conocer el éxito. Y lo que hoy son complicaciones, problemas y desasosiegos, mañana serán lecciones aprendidas, experiencias y nuevas oportunidades.
Todo ocurre por algo, sí. Y ese algo no es más que la causa de un efecto posterior que, aunque todavía seamos incapaces de ver o sentir, llegará en el momento oportuno y entonces todas las piezas del puzzle encajarán. Será entonces y sólo entonces cuando llegaremos a atisbar la grandeza de la vida, la belleza de nuestra gran obra y el bonito camino que el destino nos brindó entretanto, lleno de aprendizajes que nos harán valorar lo que consigamos en ese futuro que, sin duda, algún día terminará por hacerse presente.