El ser humano posee una característica que lo hace único y le otorga una capacidad que le aproxima lo máximo posible al mundo de los dioses. Una cualidad que le otorga el derecho a proclamarse como genio. Una destreza innata, que unos desarrollan más que otros, y que le proporciona todo lo necesario para poder cambiar el curso de la historia una y otra vez a través de los siglos. Y esta característica propia no es otra, que la capacidad humana de CREAR. Crear para poder avanzar y soñar con nuevas posibilidades, nuevas metas que nos empujen hacia un nuevo horizonte y nos inviten a romper las barreras mentales de una época o circunstancia histórica determinada. Y esta capacidad, tan única y potente, se encuentra al alcance de cada uno de nosotros y lograrla es sólo cuestión de lanzarse y probar, de experimentar, de equivocarse, aprender y volver a tentar a la suerte aplicando lo aprendido.
Nos pasamos la vida aprendiendo, experimentando (aunque sólo sean nuevos olores, nuevas sensaciones, nuevos sabores, nuevas habilidades) y sin embargo no le prestamos toda la atención necesaria al hecho de que podemos ejercitar nuestro músculo creativo. Un músculo, que se activa con un primer impulso llamado curiosidad (ante lo existente, lo imaginario, lo real, lo soñado…ante la vida) y que se ejercita con otro impulso llamado atención activa, para acabar anclado en nuestra programación interna a través de la práctica. Todos nacemos creativos, pero no creantes. Y la diferencia entre uno y otro es sólo cuestión de voluntad, prueba y desarrollo de aptitudes. En resumidas cuentas, «la única diferencia entre saber y no saber es estar dispuesto a aprender», una sentencia que, salvo que alguien venga a reclamar a posteriori, se me ocurrió el otro día mientras me duchaba. Y si resalto este hecho es por destacar precisamente otro de los requisitos indispensables para que pueda darse el salto creativo: la necesidad de tener la suficiente flexibilidad mental y relajación como para poder darle el espacio necesario a los pensamientos e ideas espontáneas. Para unos es la ducha, para otros la carretera, para otros la cama y para algunos un poco más exigentes, la sauna. La cuestión es poder relajar la mente y apartar de ella los problemas cotidianos para dar lugar a la creación de asociaciones casi involuntarias que pueden traducirse en palabras, imágenes, ideas o conceptos que previamente creías incapaz de lograr.
Pero si existe un requisito necesario, además de los ya mencionados, y que sin embargo se erige como el principal obstáculo para cualquier ser humano es la pérdida de miedo al fracaso. El aprendizaje de que fracasar, como apuntó Edison, es aprender a cómo no volver a hacer las cosas. Es el preámbulo del éxito y el requerimiento para prepararnos ante la llegada de la consecución de un hito. Así que perdámosle el miedo al error, porque sólo mediante él se accede al conocimiento. Y lancémonos a crear. A creer. A creer que podemos crear. A soñar. A desarrollar la capacidad de ver la vida con otros ojos y perder el miedo a buscar lo nuevo, porque lo único que podemos llegar a perder es la inocencia. Y para todo aquel que desee dar el salto, que esté dispuesto a limpiar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo, que esté dispuesto a hacer una mudanza tras otra, física y mental, de forma que los pensamientos fluyan tanto como los enseres personales, de un lugar a otro, de una vida pesada y pasada a una pasada de vida.
Así que busca tus pasiones y ponlas en práctica. Abre tu espíritu a lo diferente y novedoso. Sé curioso y pon todo tu empeño en lo que verdaderamente te llena. Sólo así comenzarás el sendero de la felicidad.