Ponerte a comparar la situación de tu entorno con la de otro, no es un ejercicio recomendable e incluso puede resultar dañino, si por «tu entorno» debe entenderse «España» y si la situación a comparar es todo aquello relacionado con emprender. Y no es sólo que quienes nos dirigen o pastorean (creo que este término es cada vez más acertado y fiel a la realidad que vivimos) no estén siendo capaces de comprender que nos encontramos en un nuevo entorno con unas nuevas reglas de juego y un escenario futuro que en nada se asemejará al que nos rodeaba antes del gran maremoto en el que todavía nos hallamos inmersos, no. Tampoco es que esos mismos que dijeron digo y ahora dicen Diego tengan toda la responsabilidad, aunque sí su mayor parte. Pero la triste realidad es que, conforme pasan los días, España va dando otro paso atrás en relación a su capacidad para poder competir en el nuevo marco que ya rige y regirá los entresijos de las relaciones económicas, laborales, sociales y culturales de un futuro cada vez más presente.
Sin embargo, cual legión de inconformistas encabezonados con no dejarse superar por una situación contraria, los emprendedores cobran cada día más protagonismo y de sus sueños y aspiraciones habrá de salir la solución a muchos de los problemas a los que hoy en día nos vemos abocados. Será de su ímpetu y pasión de donde vendrán las respuestas más creativas a las cuestiones más complejas. De su energía y su liderazgo de donde surgirán las iniciativas más innovadoras que crearán empleo y generarán un bienestar ahora tirado por la borda.
Y para que ese proceso ocurra, y volviendo a lo de comparar la situación de tu entorno con la de otro, España padece un mal que arrastra desde tiempos inmemoriales y que supone el mayor impedimento para que esas iniciativas emprendedoras logren sobreponerse a la contrariedad y alzarse como vencedoras ante un escenario trágico. Y ese mal del que adolece este país y que, por comparación -cada cual que saque sus conclusiones-, no presentan otros que hoy en día son líderes de esto de la nueva economía digital, es la cultura del riesgo y la valentía por encima del miedo al fracaso. Porque para llegar a saborear el éxito es preciso tener el valor de lanzarse a conquistar los sueños propios, aun a sabiendas de que en el camino uno se encontrará con dificultades que pondrán a prueba su capacidad de sacrificio y su resiliencia. Porque para vencer el miedo al fracaso, sólo existe el camino de la aventura, el error y su corrección. La escalada hacia una colina, la colina de la perfección, a la que sólo se puede acceder si durante el camino se aprende que cada uno de los errores es un aprendizaje sobre cómo mejorar los procesos para conseguir las metas. Y sólo cuando lleguemos a interiorizar esto a nivel individual, tal vez vaya calando el mensaje a un nivel superior y lleguemos a acuñar un nuevo término, como el que desde esta tribuna proclamo; el «fracáxito«, cuya definición podría ser la que sigue: Fracáxito: Dícese del proceso mediante el cual un individuo adquiere conocimiento y éxito a través del fracaso previo y su consecuente corrección, en el camino hacia la consecución de una meta establecida.
Es tiempo de valientes, de soñadores, de jóvenes y no tanto, capaces de ilusionarse y aceptar el reto de salir al desierto sabiendo que, al final de su travesía, hallarán el oasis de la satisfacción por el esfuerzo realizado.
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